28 de enero de 2014

RAJOY, UN PRESIDENTE FELÓN




Es normal y habitual acudir al insulto para herir a una persona, no hablo del insulto gratuito, hablo de aquél que en cierto modo está justificado y nace de la herida o castigo que una persona nos produce  o impone justa o injustamente. Insultos como cabronazo, hijo de puta, etc... es habitual que se profieran contra aquellos a los que despreciamos, si lo pensamos bien son insultos sin fundamento pues desconocemos el grado de infidelidad que el insultado sufre de su pareja o si su madre se dedicó a la prostitución en algún momento de su vida, son insultos para herir y estaremos de acuerdo que, la mayoría de las veces, no se corresponden con la realidad.

El calificativo de "felón" con el que obsequio a Mariano Rajoy en el título de este artículo, puede ser perfectamente considerado como un insulto, pero yo lo utilizo a simple modo de atributo y condición perfectamente constatable a la vista del comportamiento del aludido.

Un calificativo el de felón con el que quiero poner de manifiesto la deslealtad de este señor para con los españoles, y sobre todo y al menos con quienes le dieron su voto en las últimas elecciones generales. Otra cosa sería que el programa del Partido Popular tuviera la consideración legal de contrato, pues en este caso el incumplimiento del mismo les daría a sus votantes la oportunidad de acudir a la justicia reclamando de forma inmediata su cese y exigencia de daños y perjuicios por tan grave incumplimiento.

La fidelidad a la palabra dada, y si está escrita aún más, es la confianza erigida en norma. El hombre se une al hombre por un nexo que queda sepultado en lo más íntimo de ambos. Aquel que comete una infidencia, recibe el nombre de felón, y el castigo, en principio, se reduce a esa denominación. Es decir, que el castigo o pena consiste, más bien, en un insulto oficial, porque solo el insulto castiga en este caso a la persona, hiere la intimidad.

No vale aquí acudir a la excusa de que una legislatura dura cuatro años, aunque durase diez Rajoy no podría nunca llegar a cumplir su programa, principalmente a causa de todo el camino equivocado que tendría que desandar y además no tiene ninguna intención de hacerlo. Repitió su programa hasta la sociedad y con pleno compromiso de ser fiel a sus palabras, en base a esa percepción de honorabilidad los votantes decidieron otorgarle una mayoría absoluta, confiaron en su palabra y en que sería fiel a la misma. Ahora toca calificar este comportamiento.

Tampoco es de recibo, además es falso, alegar que desconocía la situación. No obstante y admitiendo ese desconocimiento, una vez que tuvo la información necesaria y en base a la fidelidad debida a sus votantes debería haber dimitido antes que traicionar la confianza que muchos en él depositaron. Rajoy, que ha hecho de la confianza su bandera para salvar a España, ha traicionado sin inmutarse la depositada en él por sus votantes.

Rajoy , que ha vivido, y según dicen sigue viviendo, de su cargo de registrador de la propiedad, sabe que hoy en día solo se está obligado a cumplir aquello que se firma, se protocoliza y se registra. La lealtad y la fidelidad son para él cosas de otros tiempos muy remotos, totalmente sustituidas por el papel y el bolígrafo. Ningún juez le perseguirá por haber incumplido su programa. 

En su afán por ascender en la escala del poder y conocedor de que por sus venas no circula sangre azul, ha decidido asemejarse a  la realeza española imitando el comportamiento del borbón Fernando VII, rey en un principio Deseado, y finalmente Felón para castigo de aquellos que tanto deseaban verle ostentar el poder y para todo el resto de los españoles, victimas todos de su implacable absolutismo. Un paralelismo peligroso para todos, incluso para él.

Benito Sacaluga







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